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El tercero de los últimos veintidós días

  • Foto del escritor: Instantes
    Instantes
  • 15 abr 2020
  • 1 Min. de lectura

Estaba tan absorto en sus pensamientos que un huracán no hubiese conseguido hacerle pestañear. Mirada perdida en el horizonte con un muro en medio, manos temblorosas y estómago cerrado, tanto como lo estaba su mente en esos momentos. El único alimento que ingería desde hace varias semanas eran las lágrimas que caían de sus ojos, y había adelgazado tres tallas de pantalón sin ni siquiera haberse quitado el pijama desde entonces.


Oía tan de lejos el teléfono que nunca pensó que le llamarán a él, y respondía por inercia al locutor de la radio cuando éste lanzaba preguntas retóricas. No estaba en sí, estaba fuera de. De ser feliz.


Lo aisló el egoísmo humano. La falta de sinceridad en el amor, la confusión entre líder y jefe, la poca motivación al que hace algo bien, la envidia del que se hizo llamar su amigo, la poca amabilidad al subirse al metro, el móvil que le robaron a la fuerza, la silla de ruedas que arrastraba desde hace nueve años.


...


Le habían llamado varias veces cara dura pero nunca se había dado por aludido. La vida es una y esta para vivirla, para que él la viva. Trabajaba lo justo para considerarse un trabajo, ahorraba lo necesario para llegar a comprar un libro al mes, que nunca gastaba en un libro. Y había decidido que las reglas están para saltárselas, aunque sea cayendo encima de otro y dejándole chafando en el suelo.










 
 
 

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